domingo, 8 de junio de 2014

Granada.


Avión Málaga-Edimburgo. Abandonar un cielo limpio y derretido. Abandonar el fin del mar, el fin de un país. Encontrar en el lugar un viaje; hacer del viaje un lugar. Elegir un mapa y colorearlo ¿al azar? Desconfiar de las señas, o perderse en ellas. Ahora soy sincera cuando miento, dice Lola Nieto en alambresVolver morena en un avión lleno de guiris quemados y alejarse del mar para ir hacia la isla. Sobrevolar Castilla y reconocer sus campos secos  tan temblorosos. Sobrevolar un país entero y volver con la piel tostada y un deje andaluz en tu acento. Sobrevuelo una ciudad con muchas luces e imagino que es Madrid y que ya no reconoceré a una entre esas miles de lucecitas que veo por la ventanilla. Y después, al norte, ya no se ve el mar entre las nubes. Cuando estoy en otro sitio, se me olvida adónde tengo que volver. O quizás, que tengo que volver. El viaje se me presenta siempre como un fin en sí mismo, sin principio ni final. Como si volver consistiese en recobrar el sentido común. Aterrizar frente a otro mar, libro y medio después, con los pasajeros a mi lado dormitando. Tocar las aguas. Tocar el pequeño mundo que alcanzo.

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