lunes, 31 de marzo de 2014

Cuaderno de viaje: irse lejos para estar cerca.


Nada sabía yo de aquel lugar. Un río infinito. Un pasado hondo y desposeído. Unos sueños que aún no han perdido la batalla. Todo lo que tenía era tu voz. Mi vida al borde del abismo y unas calles llenas de gente. Y el polvo, ¿ves cómo el polvo lo cubre todo? Los edificios, los cuerpos, el miedo.

1. Cartas a casa: en otro lugar.

Hace unas semanas recité por primera vez en inglés. Estaba nerviosa, claro. A la presión añadida del acto escénico se le añadía la de usar una lengua que no es mi idioma materno. Pensaba entonces en mi acento. En la historia que había escrito, y en lo difícil que me resultó traducirla al español, aun cuando siento que bajo mi uso de la lengua inglesa late el español.

Cuando estoy aquí, la idea del allí se hace más fuerte: siento la imperiosa necesidad de decir que soy de allí. Pero cuando estoy allí, tengo que decir que estoy aquí, porque siento que eso cambia algo, que dice algo de mí. Y de lo que veo, o precisamente no veo, aquí y allí.

Los lugares pueden tomar la forma de ideas. De historias. Los lugares no pasan desapercibidos: somos tiempo y memoria, pero sobre todo somos espacio. Ya sea una foto en una postal (imaginada o no), un lugar de paso en el que observamos o el lugar en que nacimos, todos son clave a la hora de contar una historia, pues lo que sucede aquí no podría haber sucedido allí. No del mismo modo. La distancia hace cambiar la mirada.

No es lo mismo tampoco escribir aquí que allí. No es lo mismo escribir de un lugar de allí que de otro allí. No es lo mismo la distancia, la recepción, los ojos nuevos con los que mis compañeros leen esas historias del extranjero donde ellos son "exóticos". Quién lo habría imaginado. Sin embargo, estas diferencias traen también la universalidad. Los puntos de encuentro. Y las formas de leer, tan idiosincrásicas como las historias trae cada uno en su equipaje.

2. Algo prestado: en otra lengua.

Escribir en otra lengua se parece en ocasiones a llevar puesto algo prestado. En todo momento eres consciente de que estás usando algo que no es tuyo, que a veces te queda grande y a veces pequeño, que lo has intercambiado por otro y existe el riesgo de perder lo que es tuyo, de no volver a tener nada tuyo de verdad, porque vives en tierra de nadie. También, al mismo tiempo, te sientes mucho más rica, porque conoces al menos dos formas de decir lo mismo. Por otro lado, esto te hace darte cuenta de que el lenguaje es meramente representativo y de lo unidos que van lenguaje y forma de vida de la mano.

El inglés es algo prestado, un juguete brillante y ajeno cuyo funcionamiento descubro a traspiés y va mucho más allá de las clases de gramática o incluso de de desarrollar un argumento científico en ese idioma.

Hace poco estuve en una conferencia sobre escritoras inmigrantes en Escocia en la que la sudanesa Leila Aboulela dijo "Un escritor va hacia donde están las palabras nuevas". Y de cómo la escritura puede ser una raíz que te ancla y te acompaña a cada sitio que vayas, por ajeno que sea. Y también hay cosas que una vez que dices en otro idioma dejan de pertenecerte del todo, si es que alguna vez lo hicieron.

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