jueves, 20 de junio de 2013

jueves, 6 de junio de 2013

Amar la periferia.

(Lectura en la presentación de Atlas poético en la Casa del Lector, Madrid, minuto 26.)
Para los que han encontrado la belleza en la periferia.

Hacer el amor en ciudades dormitorio

En el lugar de donde vengo, no hay ciudades dormitorio, porque de día todos viven y de noche todos duermen.

Eso le dije. La seducción consiste en contar historias.

En realidad, me gusta este frío suave y benigno de la ciudad.

Me gusta ese autobús cruzando la autopista, le dije, a punto de estrellar.

Dentro de las ciudades dormitorio siempre pasan cosas buenas.

O al menos pasa el amor.

O al menos, la vida.

Una vez dije que las ciudades dormitorio eran ciudades sepulcro. Yo quería vivir donde siempre brillase la luz. Donde todos fuésemos siempre extraños.

La luz no estaba allí. Sí el comienzo. Sí la autopista abierta en canal. Un autobús verde. El frío en la marquesina acariciando el borde de mi falda. La espera desde la ciudad. Sus luces agitándose a lo lejos, como un pañuelo que dice adiós. Extranjeros paseando a sus perros. La manera en la que me explicó cómo se quería a un niño. Por una vez: la vida sucediendo en otro lugar.

La vida sucediendo en algún lugar entre todas esas urbanizaciones idénticas de chalets adosados. Allí. Detrás de las cortinas idénticas. De todos los dormitorios idénticos. Gritos idénticos. Temblores idénticos. Allí.

No podría volver. No sabría volver. Pero volvería.

Al empezar el viaje te entregarán un corazón. Un corazón morado, no rojo. Su latido te hará pensar que eres poderosa. Siente la carne palpitando en tus manos. Puedes romperlo. Debes.

El último en hacerlo paga el viaje.

martes, 4 de junio de 2013

Nana para gatos a punto de morir.


Para Cris. Y Puka.

Decían que la gata iba a morir, y yo les dije ¿Cómo? ¿Acaso viste la sangre? ¿Acaso vas a matarla tú? Decían que la gata iba a morir porque jugaba más que nunca, o porque a veces se embelesaba con un brillo infantil en la mirada, como si comprendiera. Como si comprendiera que se iba a morir. Decían: la gata salta más que nunca porque se va a morir. Pero la gata ni siquiera era nuestra, así que ¿qué se suponía que debíamos hacer cuando muriera? Quizás no se iba a morir, tan sólo quería que la acariciásemos hasta la muerte. Quizás querían que se muriera para poder recordarla. Así ponía las patas cuando estaba cansada. Así gruñía cuando no quería que la tocasen. Así respiraba por la noche. Así se se hacía una bolita para dormir. Así besaba. Así bailaba. Antes de morir. O quizás la recordábamos aún mejor, perfilando cada gesto en su proceso, mientras la mirábamos, cuando creíamos que iba a morir. 

lunes, 3 de junio de 2013

Colección de hogares (un poema en cuatro partes).



Es Junio, el mes de volver a casa.
(Marguerite Duras, Emily L.)

A mis Filólogas, que han compartido conmigo estos cuatro maravillosos años, Erasmus incluido. Que acompañaron mi amor por esta ciudad. Y por las que quedan.

Cuando salí al mar, yo era una extraña marinera que no quería echar el ancla. Un salmón chiquitito que tenía miedo de la corriente. Que no veía diferencia entre zarpar y navegar. Entre sirena y animal.  Que navegaba cerca de la tierra sin pisarla nunca. Pero encontré las siguientes tierras. O quizás aguas. O quizás ríos. Océanos. Corrientes. Lugares con nombres de mujer:

Ana
Ana es como Ana de las Tejas Verdes, o como Pollyana, o como Pipi Calzaslargas. Ana es la primera amiga pelirroja que he tenido después de haber querido ser pelirroja toda mi vida. Ana es ese árbol al que te subías en tu infancia y que, cuando vuelves a verlo y te vuelves a subir en él, sigue allí pero es distinto. Y tú eres distinta, pero el árbol y tú encajáis a la perfección, y allí desde sus ramas se extiende lo vivido y lo que aún no podéis ver,  y el sol se pone en la quietud de sus hojas rojas meciéndose al viento.

Guadalupe
Guadalupe tiene nombre de estrella de cine, de rock, de estrella del cielo. Guadalupe tiene nombre de isla, como sus ojos mojados son del color de una isla perdida en el Pacífico, siempre dispuesta a recogerte. No se sabe bien si es verde o si es azul. Guadalupe es un lugar de México al que iría si quisiera pasármelo bien o si quisiera encontrar el amor, el cariño y una borrachera suave con zumos tropicales que me meciesen como la brisa, como una hamaca. Siempre querré un billete a Guadalupe, cambie o no de sitio, porque está en mi mapa.

Marta
Marta no tiene un marcapasos, porque nadie sería capaz de seguir el ritmo de sus corazón, el ritmo-gacela de sus latidos de chica fuerte, de sus pasos de Reina de África (la misma que estudiamos tres cursos seguidos y que mató a Kurtz y enamoró a Marlow, ¿o fue al revés?), de mujer-pantera. Marta tiene un corazón grande y fuerte que crece solo, y crece, y sigue creciendo hasta ocupar toda la habitación. Marta es como su pelo: llega a todas partes, colándose por pasillos y laberintos. Marta es un animal salvaje por el que uno se dejaría domesticar.

Patricia
Patricia tiene nombre de mujer valiente de los tiempos romanos; Patricia es una mujer valiente que vive nada menos que en Londres y que podría ser un personaje de cualquier novela de Zadie Smith. Una mujer fuerte y valiente que alimentaría a todo un ejército de niños callejeros con tortilla española. Patricia es exceso de formas, de belleza, de llegar siempre tarde, de las comidas que improvisa, de la amistad que regala. Si Patricia fuera un fenómeno atmosférico, sería una lluvia tropical con voz y rostro de amazona brasileña.

Ahora huelo a mar, huelo a aire, y no me importa mancharme las manos de sangre o de vómito si eso es pasar por sus vidas, estar en sus vidas, dormir –o no– en todas las noches compartidas. Porque cuando el agua es oscura, sabe a vodka negro. Enseña los dientes. Enseña lo que está por descubrir.