sábado, 23 de marzo de 2013

Los mismos monstruos.

(ilustración de Raquel Boucher)

Después de la fiesta me fui de casa. Para siempre, le dije, yo no sé cuidar las plantas. Después de la fiesta tenía los ojos rojos. Después de la fiesta todos éramos monstruos. Todavía recuerdo el día que dejé Utrecht Centraal en dirección a Schipol y pensé que nadie iba a estar allí. La media hora del trayecto se hizo eterna. No había desayunado y estaba mareada. Llevaba tres días sin comer pan. O tres días comienzo sólo pan. O comiendo, sólo. Tú siempre estabas acatarrado. Tú siempre estabas acatarrado y tosías al hablar. Al llegar te dije que no, no tenía nada que contar.

Qué dios nuestro no es poeta. Y qué dios es nuestro. Y quién no es un monstruo. Y quién nos avisó de lo que no querían los demás: ponerse enfermos, ser huéspedes en lugar de ser ocupas. O el día en que nos regañaron por haber cumplido con todo lo prometido. O el día en que habíamos prometido. Todo esto con las manos pequeñas, con las manos deformes, con las manos.

Todo esto con los ojos cerrados. El adiós, incluso, con los ojos cerrados.

viernes, 22 de marzo de 2013

Mujeres solas.

(Las musas inquietantes, Giorgio de Chirico)

El hogar es el lugar de la mujer, ¿no? A primera vista diremos que no, pero eso es algo que no parece haber cambiado, especialmente en la cultura hispánica. Sin moverse de ese lugar, sin embargo, sí han cambiado las tácticas de resistencia. A continuación, dos novellas y dos poemarios donde sus mujeres están solas: ante el amor, ante la muerte, ante el miedo. Quizá porque no son demasiado femeninas, o porque lo son en exceso, porque no cumplen con su papel o lo cumplen demasiado bien. Son cuatro voces fuertes. Cuatro hogares. Paredes abiertas.

1. Últimos días en el Puerto Este, Cristina Fallarás. La novela de Fallarás, a modo de diario de a bordo de la resistencia, me enseña que: Día 1: Todos somos el capitán. Día 2: Si no somos el Capitán, entonces somos la Polaca. Día 3: La belleza no es importante al principio. Día 4: La Polaca es Medea. Día 5: El hogar es esa isla a la que llegó Medea. Día 6: El hogar se convirtió en cárcel. Te observan, te observan. Día 7: Medea no puede, no quiere, ser Penélope. Todos sabíamos que el Capitán no iba a volver. Estamos rodeados. No va a serlo.

2. Matate, amor, Ariana Harwicz. A mí también me pone nerviosa el campo. Muchos creen que la violencia y la maldad anidad en la ciudad, pero la ciudad es un refugio. En el campo somos libres: ni farolas, ni policía, ni autoridad. Se impone entonces la ley del más fuerte. En el campo el grito se silencia. Los visillos de los vecinos -si hay alguno- son más densos. El llanto del bebé se ahoga en la noche. Enamorarse se convierte en una función vital más.

3. Esteparia, Natalia Litvinova. Esteparia es un árbol familiar precioso y frío, borrado por la nieve y por la pérdida de una lengua. ¿Cómo explicar lo que es ser extranjera en tu país? ¿Cómo explicar lo que es serlo en cualquier sitio, entonces? Ese agujero entre lector y lenguaje es la estepa, que deja que su pelaje de lobo sea acariciado... aunque muerda.

4. La soledad criolla, Martha Asunción Alonso. Siempre se desea lo que está lejos. Lo importante es que siempre se desee. ¿De qué color es mi hermana? Dime, ¿te acuerdas? Una huida voluntaria para recordar el color de las cosas, o mezclarlo con colores nuevos. ¿Rezando? Rezando a lo que se ve.

Qué importa qué, o quién. Queremos estar vivas.

sábado, 2 de marzo de 2013

Ser una isla, un perro, un color.


(Paul Gauguin, Femmes de Tahiti sur la plage)

Los perros

Estoy llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Y yo les grito: SIT!
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte 
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.

(Martha Asunción Alonso, La soledad criolla)