1.
Mamá, yo quiero ser escritora. Yo quiero ser escritora para inventarme historias. Desde pequeña me fascina la magia. El poder de crear cualquier cosa con sólo mencionarla. Quien tiene las palabras tiene el poder de crear mundos, personas, situaciones, lo que quiera. Ese poder sólo lo tienen los mentirosos y los escritores, y a los mentirosos siempre los pillan. Aprendí a leer a los cuatro años porque no soportaba que los demás supieran lo que decían aquellos conjuntos de letras enrevesadas y yo no. Los libros me parecían bonitos. Me gustaba cogerlos y acariciarlos y hacer como que leía. Inventarme lo que ponía. Cuando me cansaba de leer, llegaba un momento en que me inventaba lo que ponía. Mamá me regañaba: ¡no mientas, eso no es lo que pone ahí! Y yo comprendía que hasta que no estuviera escrito, no sería verdad. Por eso, al poco de aprender a leer le pregunté a mamá ¿y ya puedo escribir? Estaba pidiendo permiso para inventar.
2.
Cuando a los niños les preguntan qué van a ser de mayores, hay una gran mayoría que contesta bombero, astronauta, médico, veterinario. Yo decía: escritora. Siempre escritora, y siempre me miraban raro y decían, ¿y qué más? Y yo: escritora, ser escritora ya es suficiente para mí. Lo seguí diciendo hasta los doce años, más o menos, cuando ya empecé a pensar que era demasiado mayor para decir esas cosas de niños y sacaba sobresalientes en matemáticas. Qué gran científica/ingeniera decían. Las mates estaban bien. Y además, siempre podía seguir escribiendo, ¿verdad? Ser escritora es una de las pocas profesiones que no precisa de título ni de clases, sólo leer y leer. Y yo nunca he podido dejar de tener un libro entre las manos.
3.
Selectividad, segundo de bachillerato de ciencias, nota media, futuro. Entre medias, escribo. Gano un par de concursos. Enhorabuena, ¿qué vas a estudiar? Vas a tener mucho trabajo, etc. Tengo dieciocho años y de repente vuelvo a tener cuatro: mamá, mamá, yo quiero ser escritora, yo quiero escribir... Y ella dice: pues escribe. Me matriculo en la facultad de filología. Escribo.
4.
Tengo dieciocho años y he nacido. Llego a Madrid y me enamoro. Me enamoro de la ciudad, del metro, de la carrera, de la gente, de la vida. La vida interminable y absurda y bella de Madriz. Escribo Lila. Escribo mucho. Soy feliz. Ya no me da vergüenza decir que quiero ser escritora.
5.
Un año y cuatro meses después, aquí está Lila. Mil millones de gracias a todos los que lo han hecho posible.
Mañana, viernes 29 de abril, estaré presentando Lila en Madrid en el Bar Cosmos (C/Garcilaso, 3 - metro Bilbao) a las 19 horas. Asimismo, el libro se podrá adquirir en la web de la editorial, Ediciones Oblicuas.
Mamá, yo quiero ser escritora. Yo quiero ser escritora para inventarme historias. Desde pequeña me fascina la magia. El poder de crear cualquier cosa con sólo mencionarla. Quien tiene las palabras tiene el poder de crear mundos, personas, situaciones, lo que quiera. Ese poder sólo lo tienen los mentirosos y los escritores, y a los mentirosos siempre los pillan. Aprendí a leer a los cuatro años porque no soportaba que los demás supieran lo que decían aquellos conjuntos de letras enrevesadas y yo no. Los libros me parecían bonitos. Me gustaba cogerlos y acariciarlos y hacer como que leía. Inventarme lo que ponía. Cuando me cansaba de leer, llegaba un momento en que me inventaba lo que ponía. Mamá me regañaba: ¡no mientas, eso no es lo que pone ahí! Y yo comprendía que hasta que no estuviera escrito, no sería verdad. Por eso, al poco de aprender a leer le pregunté a mamá ¿y ya puedo escribir? Estaba pidiendo permiso para inventar.
2.
Cuando a los niños les preguntan qué van a ser de mayores, hay una gran mayoría que contesta bombero, astronauta, médico, veterinario. Yo decía: escritora. Siempre escritora, y siempre me miraban raro y decían, ¿y qué más? Y yo: escritora, ser escritora ya es suficiente para mí. Lo seguí diciendo hasta los doce años, más o menos, cuando ya empecé a pensar que era demasiado mayor para decir esas cosas de niños y sacaba sobresalientes en matemáticas. Qué gran científica/ingeniera decían. Las mates estaban bien. Y además, siempre podía seguir escribiendo, ¿verdad? Ser escritora es una de las pocas profesiones que no precisa de título ni de clases, sólo leer y leer. Y yo nunca he podido dejar de tener un libro entre las manos.
3.
Selectividad, segundo de bachillerato de ciencias, nota media, futuro. Entre medias, escribo. Gano un par de concursos. Enhorabuena, ¿qué vas a estudiar? Vas a tener mucho trabajo, etc. Tengo dieciocho años y de repente vuelvo a tener cuatro: mamá, mamá, yo quiero ser escritora, yo quiero escribir... Y ella dice: pues escribe. Me matriculo en la facultad de filología. Escribo.
4.
Tengo dieciocho años y he nacido. Llego a Madrid y me enamoro. Me enamoro de la ciudad, del metro, de la carrera, de la gente, de la vida. La vida interminable y absurda y bella de Madriz. Escribo Lila. Escribo mucho. Soy feliz. Ya no me da vergüenza decir que quiero ser escritora.
5.
Un año y cuatro meses después, aquí está Lila. Mil millones de gracias a todos los que lo han hecho posible.
Mañana, viernes 29 de abril, estaré presentando Lila en Madrid en el Bar Cosmos (C/Garcilaso, 3 - metro Bilbao) a las 19 horas. Asimismo, el libro se podrá adquirir en la web de la editorial, Ediciones Oblicuas.