martes, 30 de noviembre de 2010

confesar a las 3.45 a.m. que



(Emma Brown)



Si hay que beberse el café frío, me lo bebo. Si hay que levantarse cuando aún es de noche, me amanezco. Compré un cuaderno cuando te conocí. Un euro y cuarenta céntimos. Pastas rugosas. Tomé notas y estudié nuestro animalito como si de un experimento científico se tratara. Porque yo soy así. Racional. Fría. Calculadora. Bastante ingenua. Porque beso mejor cuando ya no siento nada.


(not safe to say in her native tongue)

lunes, 29 de noviembre de 2010

el tiempo de las alas.


(Emma Brown)



April is the cruellest month, breeding

Lilacs out of the dead land, mixing

Memory and desire, stirring

Dull roots with spring rain.

Winter kept us warm, covering

Earth in forgetful snow


(T.S. Eliot, The Waste Land)


Era tiempo de alas en el bosque. Los muchachos y muchachas de trece o catorce años, se sorprendían con un bonito par de alas en la espalda pintadas de muchos colores un buen día de primavera. El primer vuelo. El sabor de la libertad.

A Diana y a Tamara aún no les habían salido las alas. Miraban a sus compañeras planear y trazar delicados bailes en el aire.

-Menudas engreídas –decía Tamara-. Es demasiado pronto para que hagan eso. Ya verás como se van a caer y se harán daño.
-Sí, tienes razón –la secundaba Diana-, casi es mejor que a nosotras aún no nos hayan salido las alas, para poder disfrutar de ese momento cuando seamos un poco más mayores y sepamos más de la vida.
En verano, eran numerosos los casos en los que muchos jóvenes salían volando de sus casas y se iban para no regresar jamás.
-Y les parecerá bonito, abandonar así a sus familias –refunfuñaba Tamara, sentada sobre una rama, añadiendo que nunca, aunque tuviera alas, abandonaría a las personas que la habían cuidado cuando ella aún sólo era un capullo de flor.
-Sí, supongo que sí –asentía Diana, con la mirada perdida en los cielos azules y limpios de nubes.

Tamara y Diana solían pasar mucho tiempo juntas, y daban paseos por el bosque hasta antes de que anocheciera. Se consideraban diferentes del resto, no sólo porque aún no les habían nacido las alas, sino porque no tenían los mismos planes de futuro. Ellas preferían asentarse cerca de su comunidad y ser útiles para las personas que habían trabajado para que ellas tuvieran una buena infancia. Al fin y al cabo, ¿qué puede haber más allá del bosque que sea tan interesante?, decía Tamara.

Un día, de repente, a Diana le salieron alas. Ni siquiera fue premeditado; tan sólo se levantó y, tras un pequeño picor en la espalda, se dio cuenta de que las tenía. Eran pequeñas, de color rosado con círculos violetas en su interior. En cuanto las vio, Tamara comenzó a escandalizarse.

-¿Qué has hecho? ¿Cómo te han salido? ¡Pero si ayer no las tenías!
Bombardeaba con frases sin que a Diana le diera tiempo a contestar. Después, hizo un intento de tranquilizarla, aunque la única inquieta era ella.
-Bueno, no te preocupes, no pasa nada, te acostumbrarás –le aseguraba, mirándolas muy de cerca pero sin atreverse a tocarlas.
Y, finalmente, adoptó una postura suspicaz, apoyando una mano sobre la cadera.
-En fin, ahora no te me irás a poner a volar como todos esos, ¿verdad?
Diana se mordió el labio.
-Bueno, verás…
-¿Qué, qué te pasa?
-Es que yo… Yo llevaba tanto tiempo esperando que ya… Había perdido la esperanza. Y de repente, hoy… ¡Ha sido como magia!
-¿No me estarás diciendo que…? –Tamara se separó un poco y alzó las cejas.
-Bueno, yo… -Diana se encogió de hombros, excusándose.
-¿Qué quieres decir? ¿Ahora tú también vas a irte? ¡Nosotras éramos diferentes! –gritó-. ¡Éramos diferentes!
-Sólo quiero probar, Tamara, por favor, volveré –Diana se miraba los pies, se pisaba uno con otro.
-Ya, claro, eso dicen todos. ¡Puedes engañarte a ti misma si quieres, pero no a mí! ¡Vete! ¡Eres libre de hacer lo que te dé la gana!

Diana la miró con el semblante triste por unos instantes, y después, bajo el sol del mediodía, emprendió el vuelo, hasta que se hizo pequeña, diminuta, en la distancia, y desapareció.

Pasó el invierno, largo y frío. El bosque se confundía con el cielo, blancos y helados. Pero después llegó la primavera, los primeros rayos de sol, las hojas nuevas. Y cuando Tamara se despertó un día de abril, observó con horror un par de alas relucientes, verdes y naranjas, naciendo de su espalda.

¿Qué iba a hacer ahora? No podía irse, el mundo era un lugar lleno de peligros, y estaba sola. Pero tampoco podía quedarse, o sus padres y el resto de la comunidad pensarían que era una cobarde por no marcharse, como ellos hicieron en su momento, ahora que ya no tenía la excusa de no poseer alas. Su cuerpo se vio invadido por un terror inmenso. No pertenecía a ningún sitio. No quería estar en ningún sitio. No tenía a nadie con quién contar. Caminó desde su casa al lago para ver su reflejo.

Era un bonito día soleado, el primer día de primavera, y el lago estaba lleno de pequeños animales que disfrutaban la apacible temperatura, del sol del mediodía. El agua era transparente, cristalina, limpia, y podía verse el fondo a lo lejos.

La encontraron flotando boca abajo. Nunca había aprendido a nadar. No había querido que la enseñaran.


(Emily Roberts)

domingo, 28 de noviembre de 2010

hipotermia.



(Ana Cabaleiro)



tras la muerte todo será suave
como un párpado tras la muerte


(Martine Broda)


He visto mi muerte. La he visto enredada en la bufanda de Isadora Duncan. He visto mi muerte estrangulada entre los dedos largos del viento. Dedos crueles del viento. Caricias a bajo cero. He visto el fin de las líneas de mis manos. He visto mi aliento ahogado, como un suspiro antes de nacer. Mis manos rotas, bufanda, asfixia. Este invierno estéril que nuestras vidas se lleva. Este invierno temprano y despiadado.

sábado, 27 de noviembre de 2010

buceadores de la piel.

Your mouth, a hand
against my mouth.
Pressed to earth, we dream
of ocean


(Anne Michaels, Buceadores de la piel)


¿Estás despierto?

Espera. Aún nos quedan unos
minutos más para
volver a la memoria.

Los pájaros juegan al ajedrez y
tu boca está demasiado cerca,
tu voz está demasiado cerca y
vamos a perder la partida.

Espera, aguarda.
Aún es de noche.
Aún no es la hora de
despertarse.

No abras los ojos
todavía, no
cierres tu boca
todavía.

sé que no me enterrarán aquí / cuando me muera.



En mis manos -un puñado de polvo-
mis versos. Adivino que en el viento
buscarás mi casa natal.
O mi casa mortuoria.


(Marina Tsvetáieva)



Volver a la ciudad de provincias. Descender del tren y encontrar a los mismos ancianos pasando la tarde en la estación (porque allí no hace frío). Paladear el aire helado, ingerir y recordar, sin querer, aquellos años viejos, polares, pálidos. Recorrer las calles de piedra y romper el triste murmullo silencioso con el ruido de la maleta que se deja arrastrar por los adoquines. Maleta que dice: soy extranjera. Que dice: no pertenezco. Que ronronea: esta no es mi casa (y nunca más lo ha sido). Maleta pequeña, de estudiante de provincias, maleta de alguien que no va a quedarse mucho tiempo. No te reconocen, y aquí, las caras extrañas siempre son extranjeras. Extranjera que rompe el grito del pobre que pide en el soportal. Que se refleja, difusa, en el escaparate de modas. Cuya sombra no se dibuja en el suelo de la plaza principal. Viajera de los ocho mares, de humo en el pelo, de mirada espesa. Extranjera, impostora, extranjera.


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viernes, 26 de noviembre de 2010

desconocida en la ciudad desconocida.

salgo de la Villa
como quien abandona el mundo.


(Luna Miguel)


Aquí, donde mi pasado ha muerto. Donde renace el rostro de la amada nuevo, cincelado al viento. Donde todas las virtudes y carencias que me dieron se han perdido. Y nadie sabe. Sólo ven. Ciento cincuenta y nueve centímetros. Ojos negros. Cabello largo. Donde amo a los extraños que cruzan cada esquina. Donde nadie puede decir y creer que lo saben. Donde mi nombre no tiene boca, tan sólo un vaho callado que cala mi garganta. Donde yo digo yo, e invento (porque dicen que si te crees tus propias mentiras, al final se convierten en verdad). La ciudad era mi amante. Mi primer amante, cruel y vulnerable que jugaba a despedirse en las estaciones de tren. Adiós, hasta la vista, nos veremos pronto (¿o no?). Y mientras, nos somos infieles en los fines de semana.

jueves, 25 de noviembre de 2010

lo que trajeron los pájaros.


He apurado la copa hasta el fondo. Es decir, he sido seducido.
(...)
Los peces viven dentro de mí.


(Bertolt Brecht)


Los pájaros trajeron el miedo, el frío, el invierno. Pero también trajeron esta boca, las costillas respirando, una a una, arriba y abajo, este espacio que nos separa y que nunca antes había sido tan pequeño (ni tan grande). Los pájaros con su vuelo pálido. La vida era la sangre y la niebla. La vida nos enfermó. Las lecciones que nos dieron, olvidadas quedan. Hemos hablado con extraños. Hemos bebido de su vaso, hemos sellado nuestros labios. Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde, dijo Duras. Ahora es demasiado tarde, y, sin embargo, sigue siendo pronto. Hoy es un buen día.


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miércoles, 24 de noviembre de 2010

El jarrón de mamá.



(Emma Brown)



Era la primera vez que volvía a casa desde que había vuelto de Estados Unidos, aunque había ido a Madrid más veces. El viaje en tren le recordó a sus antiguos viajes, cuando estaba en la universidad y volvía a casa como una estudiante de provincias al lado de ancianos que olían a caramelos de café. La estación seguía igual, como si el tiempo no hubiera pasado por ella. El mismo quiosco de revistas, la misma cafetería con muebles viejos y olor a rancio; la ciudad no había cambiado en absoluto.

Ella la recogió en el viejo Ford renqueante y apenas la miró, como si se esperase que tampoco hubiera cambiado. La miró de reojo. A primera vista, ella no lo había hecho. Pero si se fijaba más, podía ver que había arrugas nuevas, que las manos sobre el volante eran más nudosas, que parecía más cansada.
-¿Cómo estás? –preguntó con voz fría, sin apartar la vista de la calzada.
-Bien –murmuró, tamborileando con los dedos sobre las rodillas.
-¿Cuánto tiempo te quedas? –percibió cierta duda en su voz, una esperanza.
-Tres meses, hasta que me arreglen lo del traslado.
-Ah –no se inmutó, pero ella se dio cuenta de que las manos apretaron el volante con más fuerza.
-¿Cómo está papá?
-En un congreso.
-Eso ya lo sé. Me refería que a cómo estaba.
-Podrías haber venido un día que estuviera él.
Decidió no responder.
Su habitación se había convertido en un cuarto de invitados. Dejó la maleta en una esquina y ni siquiera se molestó en guardar la ropa en el armario.
-¿Mamá?
-¿Sí? –preguntó desde la cocina.
-Me voy a ir a dar un paseo.
-¿Ahora? Pero si acabas de llegar –su tono fue casi neutro, casi logrando disimular el reproche.
-Ya… Me apetece.
-¿Vas a venir para la cena?
-Mmmm… No lo sé. Puede. No me esperes.

Pasó por la puerta de la cocina al salir. Su madre tenía puesto el delantal. Se dio cuenta de que desde que se habían visto no se habían dado ni un beso.

Deambuló por las calles de piedra de las que había huido en cuanto pudo. Recordó su infancia, su adolescencia, su dolor, las pocas alegrías. Cada rincón, cada lugar, le evocaba un recuerdo. Por eso se había ido. Por eso y porque nadie podía entenderla, porque nunca se sentiría en casa, porque podía ver su futuro si se quedaba. Se veía como una versión de su madre (algo más morena y más alta): encontrar un trabajo, casarse, tener hijos. ¿Y después? Después ya podía suicidarse. No era lo que quería. No era lo que quería y sus padres no podían entenderlo, no podían sentirse orgullosa de que hubiera sido la primera de su promoción al licenciarse. No acudieron a la defensa de su tesis. No fueron a despedirla al aeropuerto, aunque sí vino ese chico inglés tan delgado con el que había estado saliendo y con el que ella ya no quería nada. Se ofreció a acompañarla. A marcharse con ella. Y ella le dijo que no. Y luego, Nueva York, empezar de cero, perderse por las calles de cristal y asfalto, y luego, habían perdido el contacto las primeras Navidades en que ella no quiso volver a casa.

Entró en un bar cuando se dio cuenta de la sed que tenía. Pidió una cerveza sin alcohol y se bebió la mitad de golpe. No sabía qué hora era, afuera había anochecido y se sentía mareada, casi borracha, embriagada. Le pusieron un poco de tortilla de patata y se la comió a pesar de no tener hambre, porque recordó que no había comido desde el café en la estación de tren antes de salir aquella mañana. Ella, que tanto les había criticado en su manera de educarla, que había llegado incluso a odiarlos, y después de desdeñarlos, y más tarde a sentir pena. ¿Y ahora, qué? ¿Había pasado el tiempo? ¿Era irrecuperable? ¿Era posible que, tal vez, algún día…?

Volvió a casa de madrugada y vio los restos de una cena sin consumir servida en la cocina. Se le hizo un nudo en el estómago. Su madre se había quedado dormida en el sofá, y en ese momento miró la curva de su mejilla, y pensó que su madre era débil, y anciana, y ella era una mala persona.

¡No era una mala persona! Tan sólo había tenido unos sueños diferentes. ¿Acaso debía sentirse culpable por ello? En eso mismo estaba pensando cuando, al cruzar el pasillo, notó que golpeaba algo y que caía al suelo, rompiéndose en añicos. ¡El jarrón! ¡Acababa de romper el jarrón de su madre! Aquel que siempre contaba que le gustaba tanto, que lo había comprado en un viaje con su padre a Zaragoza y que siempre enseñaba a las visitas. Recogió los trozos lo mejor que pudo, los tiró a la basura y se metió en la cama. Durmió de un tirón. Estaba agotada.

Cuando se levantó, el olor a café y tostadas invadió sus sentidos. En la cocina encontró a su madre, con una sonrisa en el rostro que hacía mucho que no le veía.
-¿Te apetece un café? ¿Cuántas tostadas te pongo? –cogió una taza y, servicial, volcó la cafetera sobre ella.
-Una, gracias.
-¿Qué tal ayer, qué hiciste? –apoyó los codos sobre la mesa mientras mordisqueaba una rebanada de pan con mantequilla.
-Bien, nada, dar una vuelta.
-Tal vez tu padre pueda venir un día antes. Ayer hablé con él.

Su madre parecía contenta. No mencionó la cena, ni que se había quedado dormida en el sofá. Ninguna de las dos iba a hacerlo. Tal vez volvería a marcharse y durante otros cinco años no volverían a saber nada la una de la otra y ella se iría sin decírselo.

La angustia crecía cada vez más. Tardó una eternidad en tragar el primer bocado de tostada. Bebió un poco de café, se limpió con la servilleta y al fin dijo, con un hilo de voz:
-¿Mamá?
-¿Sí? –levantó la vista de su taza y la contempló con tranquilidad.
-Tengo que decirte algo –musitó.
-¿Qué? –colocó la barbilla entre sus manos y la miró con sus ojos claros, con aquellos ojos grises que ella no había heredado. Por una vez, no la estaba presionando. Simplemente esperaba. Se armó de valor.
-Mamá, mamá –pero el valor no servía. Se había quedado atrás-. Mamá… He roto el jarrón, mamá, he roto el jarrón –se dio cuenta de que estaba llorando.
-No te preocupes –contestó ella con voz dulce. Alargó una mano por encima de la mesa, pero, en lugar de cogerle la mano que tenía junto al plato, como ella esperaba, bajó y se la puso sobre el vientre.- Está bien.


Emily Roberts.

martes, 23 de noviembre de 2010

la vida nublada, difusa, dangereuse.















(Lyon, noviembre de 2010)

Viniste aquí a vivir,
no a salir con vida.

viernes, 19 de noviembre de 2010

todavía.

Quiero ir con aquel a quien amo.
No quiero calcular lo que cuesta.
No quiero averiguar si es bueno.
No quiero saber si me ama.
Quiero ir con aquél a quien amo.


(Bertolt Brecht)


Ir corriendo a todas partes. Y tanto que hacer. Y tantos aviones que coger. Y tantas personas que conocer. Dejar pintalabios rojo en el vaso de agua. Beberse la vida. Las manos dibujaban los paisajes. Tierra aún no pisada. Vislumbrada desde la ventanilla. No importa mañana, ni después. Sabíamos que estos eran los años más felices de nuestra vida.

jueves, 18 de noviembre de 2010

entropía.

El desorden triunfaba y corría por los cuartos con el pelo colgando en mechones astrosos, los ojos de vidrio, las manos llenas de barajas que no casaban, mensajes donde faltaban las firmas y los encabezamientos, y sobre las mesas se enfriaban platos de sopa, el suelo estaba lleno de pantalones tirados, de manzanas podridas, de vendas manchadas. Y todo eso de golpe crecía y era una música atroz, era más que el silencio afelpado de las casas en orden de sus parientes intachables, en mitad de la confusión donde el pasado era incapaz de encontrar un botón de camisa y el presente se afeitaba con pedazos de vidrio a falta de una navaja enterrada en alguna maceta, en mitad de un tiempo que se abría como una veleta a cualquier viento, un hombre respiraba hasta no poder más, se sentía vivir hasta el delirio en el acto mismo de contemplar la confusión que lo rodeaba y preguntarse si algo de eso tenía sentido.


(Julio Cortázar, Rayuela)


La vida era el caos, la vida era ese orden creciente, el desmembramiento, dejarse partes de uno mismo olvidadas por ahí, y la gente trataba inútilmente de recogerse y recomponerse al caer el día, de no perder ni un ápice de sí mismos, ni de regalar, ni compartir, ni perder (todo en la vida era perder, desde el principio de los tiempos). Y para qué existe el orden si no es para desordenarlo, y qué difícil, qué difícil era asumir todo esto, y hacerle frente, y despedirse de los trocitos, del pasado, del futuro, qué difícil, y sin embargo, yo quería ir a buscarlo, a pesar de todo, porque al fin y al cabo eso era la vida, y tenía que aprender (enséñame, enséñame), tenía que aprender a ser, a ser valiente. Va-li-en-te.

(Es cierto: nunca se habla de las cosas que importan.)


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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ritual.


(Mary Caroline Needham)



Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.


(Alejandra Pizarnik)



Vaya por Dios, se me ha olvidado venir disfrazada.

La música discotequera retumba en mis oídos y todo me da vueltas. No puedo respirar. Tengo los ojos llenos de humo. Los tacones me están matando y no puedo ver a mis amigas. De repente, alguien me agarra y me doy la vuelta. Ahí están, irreconocibles, con cuatro capas de maquillaje y un vestido diminuto que parece más una servilleta. Me arrastran a los lavabos. Hay una chica esnifando cocaína y una pareja besándose contra el recibidor. Amelia no se encuentra bien; ha bebido demasiado. Un chico con un pendiente en la ceja se nos acerca y nos dice ¿queréis un poco? Es una bolsita con un puñado de bolitas de hachís. No gracias, le digo, y él nos hecha el humo de su propio porro en la cara. Le sujeto el vaso a Lidia mientras ella ayuda a Amelia a vomitar, y, cuando quiero darme cuenta, volvemos a estar fuera otra vez, atrapadas en la pista, envueltas en sudor y feromonas, respirando ese aire de jóvenes que piensan que la vida va a terminarse dentro de unas horas. Esto parece el infierno. Esto parece un ritual satánico y yo tengo que seguir moviéndome, tengo que seguir moviéndome o me devorarán.

Todos son pájaros. Miro sus caras y sólo veo pájaros enormes, hambrientos, rozándome con sus plumas sucias, y yo me siento pequeña, pequeña e insignificante, y tengo tanto calor. Voy a desmayarme como no beba algo. Tal vez si bebo algo, si me trago alguna poción mágica, me convertiré en uno de ellos. Me convertiré en pájaro y bailaré en círculos hasta el fin de mis días. Agarro el vaso de Lidia y le pegunto, gritándole en el oído, ¿Qué es esto? ¿Qué?, grazna ella en mi oído. ¡Que qué es esto!, repito, dándole un trago al líquido turbio y semitransparente. No alcanzo a oír su respuesta, pero aquello cruza mi garganta y es como si me hubiera tragado una antorcha de fuego. Como alguien encienda un cigarrillo cerca de mí, seguro que se prende la sala.

Saben que no soy una de ellos. No llevo plumas, ni pico, ni siquiera una máscara, ni una falsa sonrisa que diga que me lo estoy pasando como nunca en mi vida. Oye, tú, ¿qué te pasa? Es un pájaro grande. Un pájaro enorme y oscuro que se cierne sobre mí y que posa las pegajosas plumas de sus alas sobre mis caderas. ¿Qué pasa, no te lo estás pasando bien?, insiste. Me han descubierto, pienso. Me ha descubierto y no puedo salir de aquí, van a devorarme y este chico no para de hacerme preguntas y de respirarme en el oído. Lidia y Amelia han desaparecido, o quizás siguen aquí mismo, pero yo no puedo reconocerlas. He perdido los sentidos, tengo mucho calor y apenas puedo respirar. Todos se lo están pasando bien, todos se lo están pasando bien y yo tendría que estar pasándomelo bien, es el mejor momento de nuestras vidas, llegará un día en que miremos atrás y llegará un día en el que pueda respirar y no tenga que calzar diez centímetros de tacón para sentirme alta.

Ya no son plumas lo que me está tocando. Es pelo, una pelusilla viscosa y negra, y las alas no tienen plumas, las alas son negras y veo las caras la gente; tienen colmillos y quieren sangre, y yo soy su presa. Los pájaros-zombie bailan una coreografía mientras preparan su próximo movimiento para atacarme.

Y de pronto noto un dolor agudo en la espalda, y pienso que me han mordido, pienso: se acabó, será mejor así, moriré o me convertiré para siempre en uno de ellos, me han clavado los colmillos y el pensamiento de morir no parece tan horrible. Morir o quedarse, quedarse o morir. Pero no. No me han mordido. Me miro los brazos, violetas bajo las luces psicodélicas, y veo que me estoy cubriendo de plumas, que lo que me duele en la espalda son alas. Podría quedarme, podría hacer que soy una de ellos, podría emborracharme hasta perder el conocimiento y bailar y comer carne humana y olvidarlo todo al día siguiente. Ahora tengo alas. Tienen plumas de colores, son pequeñas y me duelen, y no sé si seré capaz, no sé si sabré, pero todos los pájaros-zombie me están mirando y es ahora o nunca, ahora o nunca, ahora o nunca.

Alzo las alas. Estoy volando.


Emily Roberts.

martes, 16 de noviembre de 2010

un capítulo.



(Michaela Heim)



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


(Julio Cortázar, Rayuela)


Tenía la boca llena de ciudad, de humo, de preguntas sin respuesta, de hoy, de este momento.

viernes, 12 de noviembre de 2010

la noche nunca viene sola.

This night, agitated by the growing storm,
how it has suddenly expanded its dimensions--,
that ordinarily would have gone unnoticed,
like a cloth folded, and hidden in the folds of time.

Where the stars give resistance it does not stop there,
neither does it begin within the forest's depths,
nor show upon the surface of my face
nor with your appearance.

The lamps keep swaying, fully unaware:
is our light lying?
Is night the only reality
that has endured through thousands of years?


(Rainer Maria Rilke)


¿Qué es lo que tiene la noche que hace que nos entren más ganas de vivir?, me preguntó anoche nuestro vecino cubano cuando me lo crucé por las escaleras. No lo sé, le contesté, y me fui con una sonrisa.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Tyger! Tyger! burning bright

(William Blake)





Ana Vera



Stand on the floor where it’s marked X. I am standing by your side where it’s marked Y. We are a shoulder’s length apart. I’m so close you can almost smell the perfume. If I step ten paces away from you, there could be a garden between us, or a table and some chairs. If I step another 20 paces there could be a house between us. If I continue to walk away from you in this way, tramping through walls and hovering above water, in 80,150,320 steps I will bump into you. I can never get away from you, and will you remember me? Distance brings us closer. There is no distance.

(Arkaye Keirulf)


Hace poco puse otro poema de Arkaye Keirulf. Es un poeta filipino del que no he podido encontrar mucha información en la red, aunque sí dos o tres poemas más como este (un trocito del poema Spaces). Sus poemas son melódicos y narrativos, mágicos y realistas. Me recuerda un poco a Richard Siken.

Sus poemas, como la mayoría de lo que articulamos cada día, como una canción instrumental, como pasear una noche en mitad de noviembre, dicen más de lo que está escrito. Son los tigres del jardín. Las palabras que se nos quedaron pegadas en las manos. Visitar nuevos planetas, continentes enteros. El silencio y la conversación banal, quién podría no justificarlo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

el Polo Norte del pasillo.



(Charlotte Boeyden)



El pecado era el único
objeto de la vida.


(José Ángel Valente)


Era ya por la mañana y aún hablábamos como si aún fuera de noche. Seguir viviendo la vida de otros. Hasta que se nos gasten los pulmones, decidimos.

(we slept in parking lots)

"A veces no hay suficientes piedras"

(Forrest Gump)





(Christian Pitschl)



Fresh snow -
Footprints where they
don’t belong.

Fresh snow -
Unknown footprints
cross the yard.

Fresh snow -
A stranger walked through
my backyard.

Fresh snow -
Footprints under
the window.


(Ken Wagner)


El haiku era la nieve enfriando mis rodillas. El haiku se colaba en mis oídos, se colaba en mi jardín, sin haber sido invitado, se colaba y era recibido con una copa de vino, con algo caliente para comer, y el haiku me decía, silencioso, vas a hacerte daño, vas a caer, vas a, vas a, vas a hacerte daño. Escucho al haiku. Lo recojo, lo doblo, me lo guardo en el bolsillo y sigo hacia delante, aunque la ciudad no ande, aunque la ciudad esté muerta y tenga el corazón de piedra congelada, yo marcho, marcho y me marcho, y cuando vuelo, todo sigue igual.


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sábado, 6 de noviembre de 2010

a través del cristal.



(Fotografía de Sophie Van Der Perre.)



Somos los poemas desechados que la lluvia borró. Los poemas obvios, incomprendidos. Las palabras dobladas, lo extraño del olvido, los versos, cosidos a marchas forzadas. El cansancio, la advertencia, quedarse sin postre. Ya te lo dije. Sólo eran un puñado de canciones. Lo que escribiste en otoño se cayó por el andén del metro. No hubo sangre, ya no quedaba. Sólo el último sorbo de chocolate caliente.

viernes, 5 de noviembre de 2010

soy el primer poema que escribí / a los trece años.

They said, "You have a blue guitar,
You do not play things as they are."

The man replied, "Things as they are
Are changed upon the blue guitar."


(Wallace Stevens)


Para qué decir las cosas como son si podemos inventarlas.

jueves, 4 de noviembre de 2010

los días partidos.

And the days are not full enough
And the nights are not full enough
And life slips by like a field mouse
Not shaking the grass.


(Ezra Pound)


Los días perdidos. Los días que pasan, y aún así-. Y aún así, vivir. Las olas nos siguen arrastrando. Crecen los mares. Lloran montañas. Y yo, vuelvo a casa (creo) en el último vagón del último metro. Sin irse ni quedarse. Sin llegar a pertenecer, pero ya demasiado lejos. Ojos cansados y borrosos.

martes, 2 de noviembre de 2010

Nunca más vamos a dormir.

Animals do not sleep. At night
They stand over the world like a stone wall.


(Nikolai Alekseevch Zabolotsky, traducido por Daniel Weissbort)

Children sleep at night.
Children never wake up
When morning comes.
Only the old ones wake up.
Old Trouble is always awake.


(Laura Riding)


(De The Rattle Bag, una de mis antologías de poesía favoritas.)



Nunca más vamos a dormir. No era un pacto, no era una ilusión más de nuestra segunda adolescencia. Nunca más vamos a dormir. Arrullaremos los instantes que nos quedan mientras las farolas se gastan sobre las calles. Quién necesita el sueño si la vida está ahí fuera, con sus monstruos, sus pesadillas, su absurdo y su bello, las caídas en picado y la locura crónica.


(You pick the insects off plants / No time to think of consequences )

lunes, 1 de noviembre de 2010

Hiroshima, c'est ton nom.



Ella era una ciudad perdida y rota. Era una ciudad subterránea, una ciudad de provincias francesa donde no hay un alma por las noches. Era una ciudad hambrienta de olvido, y de infidelidad. Y ocurrió que él estaba allí, él estaba allí, hijo de una ciudad destrozada, hijo de una ciudad olvidada y renacida, y se encontraron como dos extraños en el metro que se aman sin saber por qué.

Nunca volveré a Nêvers. Yo seré otra muchacha más, vagando por las calles de París, adonde llegué con mi bicicleta después de dos días de viaje. Nêvers no existe, Nêvers no existe. ¿Y Hiroshima? No lo sé. Cuéntame, Hiroshima, ¿estás ahí? Cuéntame, ¿cómo sobreviviste a la mayor de las tragedias?

"Era de las que rompen los puentes con sólo cruzarlos."

Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.

(Julio Cortázar, Rayuela)


Porque yo también quiero encontrar a la Maga y conquistarla con los parpadeos de mis pestañas postizas.

(your skin and bones / Turn into something beautiful)